Amor que amar obliga al que es amado, me ata a tus brazos, con placer tan fuerte, que, como ves, ni aun muerto me abandona - La Divina Comedia de Dante Alighieri
... Entonces apareció ella, negra, bella y misteriosa, transparente como una visión mágica...
Un cuento de Itacah con música de EOL.
Igee
Mi trabajo consiste en expresar emociones, no necesariamente las mías, aunque también puedo hacerlo. Desde mi nacimiento parezco estar en este mundo para inventar otros, y muchas son las ocasiones en las que he recreado las fantasías de los compañeros con los que he compartido mi existencia.
Mi vida transcurría a veces plácida, a veces aburrida, incluso hubo un tiempo en el que fue especialmente monótona. Hasta que conocí a Igee.
Vivía entonces en la habitación de un ático rodeado de antenas de televisión, en un edificio amarillento y vetusto, compartiendo las solitarias tardes de la señorita Bonet. Esta tardía aspirante a pianista familiar, se obstinaba en practicar conmigo las partituras más complejas y alejadas de su nivel, por lo que tenía que soportar sus largas sesiones de tropiezos y repeticiones hasta que conseguía sacarme alguna nota afinada.
Fue al final de una de esas jornadas de indecible sopor, cuando vi el reflejo de su figura en el cristal de la ventana de mi cuarto. Anochecía, y como todos los días, la señorita Bonet, había abierto la ventana para dejar que que el olor a dama de noche de un balcón cercano inundara la estancia... Entoces apareció ella, negra, bella y misteriosa, transparente como una visión mágica, dirigiendo su mirada felina y curiosa hacia donde yo estaba. Nada habría ocurrido si no hubiera oído su dulce y lánguido maullido... Un Fa sostenido, largo y melancólico.
A partir de ese día, intenté por todos los medios comunicarme con ella. Decidí omitir los errores de la voluntariosa señorita Bonet, dejando escapar los más hermosos sonidos de mi tabla armónica: Durante semanas esperé captar su atención, enviándole mensajes ocultos en un virtuosismo inusitado y sorprendente para mi intérprete, que llegó a creerse poseida por un espíritu creador e inspirado.
Una noche recibí su respuesta. Igee cantó para mí. Su maravillosa voz acarició el aire atravesando la noche, con ecos de luz de luna y brillo de blues.
Durante un tiempo compartimos noches y atardeceres gloriosos. Intercambiamos notas imposibles, desafiando acordes, reinventando la escala, y llegamos a formar un dúo tan singular que las ventanas de los edificios cercanos se abrian de par en par para disfrutar de nuestros improvisados conciertos. Entonces, la señorita Bonet se fue de vacaciones, dejándome incomunicado.
Durante días escuché los solitarios maullidos de Igee, buscando mi acompañamiento... Hasta que una noche se hizo el más profundo de los silencios. Mudo y desesperado, conté los días esperando el regreso de mi insustancial compañera de piso hasta que recibí una inesperada visita.
Con ella recuperé el más prodigioso de los sonidos. Igee paseaba libremente por mi teclado, interpretando espontáneas composiciones, sin necesidad de mensajes, ni artificios. Las melodías que nos unían fluían en el más perfecto de los diálogos, compartiendo anhelos y soledades, delirando atardeceres. Igee, sí , fue ella la coautora e intérprete de la mejor música que jamás soñé.
La señorita Bonet volvió de sus largas vaciones con un brazo escayolado... Me miró tristemente y dijo "lo siento, tendrás que esperar". Igee no volvió a visitarme. Una inesperada fuga y un maullido estridente me anunciaron su muerte. Recordé su canción favorita "Aún me quedan varias vidas para soñar contigo"... Me desafiné sin remedio.
Al día siguiente, la señorita Bonet volvió de la compra con su habitual barra de pan, su botella de cariñena y con, esto sí que era de verdad soprendente, una guitarra que decía haber encontrado inexplicablemente abandonada en mitad de la calle. "Está nueva, no lo comprendo". Entonces sus manos regordetas tocaron un acorde... Sonó como un maullido. La miré, la reconocí... negra, radiante, transformada... Igee en letras plateadas grabadas en la tapa. La apoyó cuidadosamente contra la pared, cerca de mi y cerró la puerta dejándonos solos.
Muchos han sido desde entonces los mudos conciertos que hemos interpretado en presencia de la señorita Bonet, y muchas las noches de verano, en las que aprovechando su ausencia, un auditorio anónimo se sorpende con la bella música procedente de una habitación deshabitada.
FIN
Un cuento de Itacah. Música EOL.
Modificado el ( Wednesday, 01 de February de 2006 )